¿QUÉ ES LA DESINFORMACIÓN?
La desinformación no es nueva. A lo largo de los siglos los
estamentos de poder han promulgado información más conforme a sus intereses que
a la realidad. Pero la facilidad de creación y difusión de información en
internet ha hecho de ella un verdadero problema.
Un ejemplo de desinformación es el de las brujas de Salem de
1688. Samuel Parris, padre de Betty Parris, la primera niña que parecía estar
poseída por el diablo, había sido elegido como pastor de esta localidad,
colonia británica en el actual Massachusetts (EE.UU.).
Durante los años siguientes tuvo una fuerte oposición, tanto que
muchos de sus adversarios se negaron a pagar las tasas con las que se sufragaba
su sueldo. Parris descartaba dimitir, así que decidió utilizar el
comportamiento extraño de su hija para elaborar y difundir el relato de
que el diablo estaba atacando a la comunidad.
De esta manera consiguió desplazar la atención de su
persona y crear un enemigo común contra el que tenía que luchar toda
la comunidad.
Hoy la desinformación opera de manera similar. Dirige el
pensamiento de la población hacia determinados temas, y añade datos
erróneos de manera malintencionada.
Como en el caso de las brujas de Salem,
… siempre suelen tener un objeto de odio: personas
migrantes, partidos políticos, sus votantes o representantes, el colectivo
feminista o de personas LGTBIQ+, etc.
La desinformación no son solo noticias falsas. También pueden ser imágenes manipuladas, memes con datos
erróneos, cadenas de WhastApp con mensajes fraudulentos, declaraciones
equívocas de políticos, etc.
Incluso las noticias falsas no tienen por qué ser enteramente
falsas: a menudo simplemente eligen poner el foco en aspectos intrascendentes,
o cargan con subjetividad un hecho verídico.
Las claves del éxito: novedad, indignación y sorpresa
Estos bulos calan muy bien entre la población, en primer lugar, porque la mayoría no sabe que
existen. Además, porque refuerzan nuestras creencias preexistentes con
sentencias contundentes que nos dan la razón, por lo que estamos
mucho más dispuestos a confiar en ellas.
Por otra parte, porque al no tener que sustentarse en la
veracidad, las noticias pueden jugar en un terreno mucho más libre para impactar a
quien las recibe.
Esta combinación de novedad, indignación y sorpresa hace
que sean compartidas de forma meteórica. Durante la campaña electoral de Donald
Trump en Estados Unidos en 2016, las 20 noticias falsas más populares tuvieron
más interacción que las 20 noticias más populares de grandes medios.
Esto es, claro, un grave problema para la democracia.
Por una parte, porque genera un ambiente de odio y crispación;
por otra porque impide que la ciudadanía elija con conciencia a sus
representantes políticos. Y lo que es peor, que no sea consciente de
ninguna de las dos cosas.
Muchos partidos políticos se han dado cuenta de este filón
electoralista y lo usan para sus propios fines, junto a páginas web que parecen
medios de comunicación. Es hora de frenar la desinformación.
Algunos datos sobre la desinformación
Para el 95,1% de la población española la mensajería instantánea
es el canal preferido para comunicarse, por encima incluso de la comunicación
en persona, y se eleva al 96,8% para personas en edades 14 y 24 años.
En España un 86% de la población no es capaz de distinguir una
información verdadera de una falsa, a pesar de que el 60% de la población
española cree saber distinguir bulos. España es el país europeo donde más
se cree en los bulos.
El 83% de la población europea percibe las noticias falsas como
un problema para la democracia en general. Un 69,5% de la población
española considera que las noticias falsas pueden alterar a los resultados
electorales.
Para 2022 la mayoría de la ciudadanía de países de economías
maduras consumirá más información falsa que verdadera.
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